No es un momento fácil para los economistas y politólogos: es difícil interpretar y aún más predecir. De la teoría (que fracasó) en 1989 como “fin de la historia”, a las premisas (no entiendidas) de la crisis financiera de 2008, hasta las encuestas (equivocadas) en el referéndum británico en junio pasado, la “ciencia triste” y las ciencias sociales han hecho una serie de errores. Pero también existen las ideas que resisten a la prueba de los hechos y deberían utilizarse más para analizar la crisis europea. Este es el caso del “trilema” de Dani Rodrik: la globalización económica, la democracia política y el Estado-nación son mutuamente incompatibles.
En la actualidad – escribió hace cinco años el economista turco-american – no se puede crear un sistema estable que logre mantener juntos los tres elementos de la ecuación: Europa está en crisis, simplemente, porque no ha logrado esta tarea histórica. La realidad es que podemos hacer compatibles sólo dos de estas tres cosas: la democracia es compatible con la soberanía nacional sólo mediante la limitación de la globalización de las últimas décadas. Por el contrario, para poder tener juntas la democracia y la globalización, la soberanía nacional tiene que ser limitada. De hecho, se trata de hacer una elección, con los costes y beneficios relativos. Pero como una opción real no se realiza en la mesa europea, son las democracias nacionales individuales que entran en el sufrimiento, junto con la UE.
Esto es confirmado por el caso de España. El país ha estado sin un poder ejecutivo central desde el comienzo del año y después de un par de elecciones todavía faltan las condiciones para formar un gobierno. Con el piloto automático activado, se espera que España (donde, sin embargo, el desempleo se mantiene alrededor del 20%) crezca un 3% a finales de año. Es una prueba de que la política no sirve, observaron algunos; de hecho hace daños, agregaron otros con satisfacción – con una especie de nostalgía “anarcocapitalista”. La realidad es diferente: esta “recuperación sin política” fue provocada por anteriores reformas económicas del gobierno Rajoy y ya muestra su fragilidad preocupante. El riesgo es que con el crédito fácil del sistema bancario y el aumento del déficit, España vuelva con bastante rapidez a un estado crítico. A comienzos del próximo año el país tendrá que presentar una Ley de presupuestos que tenga en cuenta las limitaciones europeas, aunque sean flexibles.
Será posible, como evidente, sólo mediante la solución de este verdadero callejón sin salida del sistema político. Aplicando el “trilema” de Rodrik al caso de España, es la funcionalidad de la democracia a sufrir.
Al contrario que en el caso de Alemania, los partidos tradicionales – que se enfrentan con nuevos actores políticos (Ciudadanos, Podemos) – no pueden doblegarse fácilmente a las lógicas de la “gran coalición”. Y así la antigua línea divisoria de la política del siglo XX (derecha/izquierda) se combina con la nueva fractura (sistema y anti-sistema). Puede añadirse que la debilidad del gobierno central promueve las fuerzas centrífugas internas – en este caso el separatismo catalán.
El Brexit es un ejemplo diferente: aquí el intento de escapar de la camisa de fuerza del “trilema” es a través de la recuperación – real o falsa – de la plena soberanía nacional. La inmigración ha empujado de una manera poderosa en esta dirección, fuera de la UE y hasta la decisión del Muro de Calais. La economía del país, y sobre todo el corazón financiero de la ciudad de Londres, ha resistido el primer impacto de una salida anunciada que por ahora no hay. Se trata de un nuevo caso de predicciones erróneas.
Pero sólo el resultado de las futuras negociaciones con la Unión Europea – lo que significa: la posición final del Reino Unido en comparación con el mercado único, con todo su peso en la economía del Reino Unido – indicará el “precio” del soberanismo inglés. También en el Reino Unido, como en España, hay un riesgo de fragmentación interna. Lo que nos lleva a una conclusión: la crisis de la UE podría producir no sólo la “renacionalización” de las dinámicas europeas ya existentes, sino también la desintegración de parte de los Estados nacionales existentes. Y que todavía no pueden compartir la soberanía nacional de manera eficiente – en el interés, es decir, de la seguridad de los ciudadanos europeos frente a los riesgos de hoy (desempleo, migración, terrorismo, medio ambiente, crisis en las fronteras etc.). El puzzle de Rodrik sin duda no ofrece soluciones simples. La alternativa, para los gobiernos europeos, es una mayor integración política o la reducción de la tasa de integración económica. El primer paso parece difícil en las condiciones actuales, dominadas por los ciclos electorales; pero sería previsora. El segundo es una tentación de alto riesgo, que se trate de euros con geometrías variables o instintos proteccionistas – confirmados por las posiciones alemanas y francesas contra el TTIP, el tratado comercial y de inversión con los Estados Unidos, que por lo demás parece muerto y enterrado en la campaña electoral estadounidense. En el post-Brexit y con una nueva administración en Washington que en cualquier caso se proyectará menos sobre el Atlántico, los peligros de las tensiones proteccionistas aumentarán.
Si un aumento de la integración política es difícilmente pensable y una reducción de la integración económica es una apuesta arriesgada, el riesgo real es que los gobiernos europeos siguen sin decidir en absoluto. Para posponer una elección esencial. En la era de la inseguridad y de las predicciones imposibles, lo único cierto es que se trata de un error. Si no elegiremos ninguna de estas dos soluciones, el riesgo se convertirá en una crisis existencial de nuestras democracias.
Fuente: Marta Dassù, La Stampa, 10 de Septiembre 2016
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Foto: Pixabay
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