Mi vida fue la Argentina, Buenos Aires más especialmente mis amigos, desde los más primeros, más conocidos hasta los últimos e igualmente queridos que conocí. Todas mis historias más gratas, todos mis cuentos más oscuros se encontraron inevitablemente ahí.
Los primeros meses de la provincia, plagada de mis fobias más primordiales. Estaba completamente sola ahí. Mi amigo el del kiosco, mi amigo del colectivo, que me reservaba un asiento para apoyar las maquetas. Mis vecinos desequilibrados.
Las primeras actividades animalistas.
Los talleres y el barrio obrero. NIRVANA, NIRVANA…
Las tardes soleadas de Belgrano, mi villa Crespo verde y los cafés, los delis kosher, escribir, hacer música.
Los parques de Recoleta, la avenida De Mayo, una pequeña visión de Paris, del teatro y de la arquitectura.
Los bares y las actitudes que odiaba en Palermo y que siempre consideré alta traición.
La música melancólica de La boca y de las disquerias del centro, a un pasar.
Pero por sobre todo, la música de la nueva gente y los bares sin nombres y las casas culturales. De estos seres también algo enajenados y enojados y capaces de llevarme al centro del universo y al centro de mi pupila.
El arte del subsuelo, la fotografía, el laboratorio. Lo independiente de verdad. Un aprender social y solitario en las calles en los antros, a deshoras a pulmón.
Todos los cuentos de Cortazar, todos los poemas de Borges que se hicieron realidad por las ventanas alumbradas de los barrios más barrios.
La historia del arte y de la música toda en una noche. Del baile, para el que puede apreciar y reconocer tal expresión (yo no, por cuestiones intrínsecas).
Y la gente, los encuentros y los desencuentros, los compañeros, los conocidos, los amigos. Los trenes, las pruebas, los experimentos, quebrar, temblar y dormir en los brazos de un amigo.
Las plantas, los viajes, los viajeros, compartir una película, un instrumento, una cámara y una ideología y que te haga cambiar la percepción, de repente.
Las charlas borrachas o serias de esas que te desesperan y te hacen llorar de la rabia y te dan ganas de romper algo y gritar. O de esas que te motivan y te rescatan y te miman para que no te hundas en la enfermedad de una ciudad psicótica que se asoma algunas veces, a través de las rendijas.
Las plazas y bancos llenos de humanidad variable y precaria, los subtes de noche, san Telmo y Retiro a la madrugada, como castillos embrujados. Una especie de Londres y un anhelo socialista y nómada.
Los que tienen hambre y lloran o los que tienen hambre y matan. La palabra que mata y la palabra que cura, como una vez me dijeron.
Mi cariño mas grande para los que no tenían mucho y así mismo, compartían algo. Las puertas abiertas llegando a cualquier hora, una cena improvisada, una birra para matar la resaca, y un cigarrillo en la pausa del trabajo.
La lección más grande que me llevé: la solidaridad, enorme de un país difícil, violado todos los días, por la injusticia política, la maldad de los intereses económicos ajenos, la indiferencia.
El consumo y la TV basura, las ganas de tener, tener, tener. Al mismo tiempo.
Un país que ignora sus profundas raíces y mira lejos, a veces, innecesariamente.
la imposibilidad de dejar todo eso por todo este tiempo.
El habito del idioma, por decir algo pequeño. La gente que te indica en donde te ubicas y te lleva a entender hacia donde dirigirte, siempre y gratis.
Los movimientos universitarios, la memoria. Las cooperativas, los que emprenden a pesar de toda represión y resignación. La autogestión, el punk, las mujeres más valientes que jamas conocí y estuvieron en mi momento más difícil,..
Los que te miran y te sonríen habiendo entendido que tuviste un día largo.
Extraño todo, intensamente.
Autor: JU LI
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